Cuentos filipinos, por Don José Montero y Vidal.

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C'E.NTOS FILIPINOS.

disfrutar breves dias do solaz, adquiriendo su corazon lll
calma que habia perdido en Manila al ver A su esposo entregado A una vida desarreglada lque venia A corroborar
los informes dc sus tios respecto a sus viciadas costumibres.
Unla noche de lulla, de la luna resplalndeciente de lo,
tropicos, i cuya viva luz pierden su fosforescencia los alitaptap, lumiiiososo ihisectos que coinvierten los;irboles en
camldelal)ros eiorines de caplichosas luces que se agitan y
deslulibilan la vista de los ca;ilnailts, sirvinidoles de faro
A grandes distancias; ura noclie poctica, comlo pocas, el
que ligeras brisas refrcscaban la atin6fera, Alarconl ilnvit6
i su e'spoa a pasear bajo las atlchas hojas de los plAtanos
que; orillas dcl rio se alzal; proposicion que ella acept6
0ustosa.
Pasea.ron en aqucll delicioso sitio, cogidos amorosalmeinte del brazo. Enriqueta, feliz al lado del idolo de su alml;,
aspirando el delicado aroma de las flores, viendo correr
cl agua del anchuroso rio, que la lunia plateaba, y embriagada por la voluptuosidad de la naturaleza, olvid6 sus
ratos de amnargura para entregarse por complcto; las delicias del amor. Alli, embelesada, oia de los labios de su
esposo los l;ias risuciios provectos.
-Desde alora, alma nia, vivirieos exclusivamenlte e
uno para el otro, le decia AlarccnI til'rnamneite; nos alejaremos poco a poco dcl trato de las personas que lios roban horas de dicha, y scrdmos felices. /No ves que hermnoso paisaje nos rodea?
-Si, esposo 11io, cntclstaba E1riluceta entusiasmada;
vivamos aqui, l1jos del muIdo, ocupados en nosotros
mismlos y sin que tengamos que ser esclavos de ula sociedad que no nos aUma, y que si nos adula es porque satis