Cuentos filipinos, por Don José Montero y Vidal.

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CUENTOS FILIPINOS.

de curar la honda llaga que en ella habra abierto la resolucion de su abuela.
Facilmente se comprendera la pena acerba de D. Facundo, dominado como se hallaba por tan tristes pensamientos.
Incapaz de ocuparse de ninguna cosa de provecho, pasaba las horas en derramar sentidas lagrimas y en condolerse de la suerte de su idolo, cuyo paradero le fue imposible averiguar.
A su generoso protector no pudo menos que llamar. la
atencion el cambio de conducta del genio A quien tendio su ben6fica mano. Asi es que le dijo:
-Mi respetable amigo; noto lleno de inquietud que alguna secreta pena le aflige, hasta el extremo de baberse
olvidado de su bien adquirida gloria, y las ganancias, inmensas que con su invento proporcionaba i esta casa. Yo
le agradecere en nombre de la buena amistad que desdo
un principio le ofreci, que desahogue su corazon en el hiio,
como en el de un padre, y tal vez pueda consolar su pena,
y V. dedicarse de ese modo A hacer las pildoras, cuya
falta tanto se nota y tan perjudicial nos es por todos
conceptos.
Don Facundo nada contest6, los ojos se le inundaron de
IAgrimas, el pecho le lati6 con inusitada violencia, las manos se le crisparon, y un escandaloso suspiro, que le fu&
imposible contener, salio de lo mas intimo de su corazon.
Comprendiendo, no obstante, la exactitud e importancia
de las razones expuestas por su compafiero, pidi6 el pan,
agua y demas saludables ingredientes que entraban en la
composicion de las eficaces pildoras, y se retir6 al lugar
mas apartado de la botica para coufeccionarlas.
Su turbacion era tal, tan grande su infortunio, que todo
lo hizo torpe y maquinalmente. Por un descuido infernal,